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¿Cuánto vale un parque?

Para el sector inmobiliario y los responsables del urbanismo municipal el valor de un parque sería el precio tasado del valor catastral de su superficie. En muchos casos, para los vecinos del entorno no deja de ser una carga negativa, al tratarse de un lugar de concentración juvenil generador de contaminación acústica y de inseguridad. Para los colectivos con más sensibilidad ecológica su valor sería incalculable.

Pero ¿podríamos valorizar un parque?

A pesar de que aún existen muchas reticencias, es factible proporcionar un valor económico a los servicios ambientales que la Naturaleza nos aporta. Hablamos de valor y no de precio, que como sentenciaba Quevedo y remachaba Machado, es de necios confundir ambos conceptos.

La valorización de los servicios ecosistémicos se hace cada vez más necesaria para poder llevar a cabo una contabilidad ambiental que nos sirva para evaluar su conservación, su mantenimiento o su adaptación. Una valorización en donde se requiere hacer un esfuerzo especial para cuantificar aquellos considerados hasta ahora como bienes intangibles, homologándolos mediante referencias en precios de mercado.

¿Cuánto vale contemplar un paisaje o el mar? Por ejemplo, en las promociones inmobiliarias, disponer de vista a paisajes naturales, al mar o a un parque supone un incremento de valor añadido de hasta un 10% de media del valor de la vivienda.


Gorsedd Garden, Cardiff. Los parques aportan a la ciudad servicios ecosistémicos culturales, de apoyo y de aprovisionamiento.
Borja Salvo, Author provided

 

Qué son los servicios ecosistémicos

La historia de los parques es el reconocimiento de la evolución del concepto de servicios ecosistémicos. En las primeras ciudades surgidas en Mesopotamia, el engalanamiento vegetal de edificios institucionales era un emblema del poder.

El progresivo paso del ser humano de rural a urbanita condujo a la creación de un ecosistema artificial dominado por la especie humana, con un alto consumo de materiales y de producción de desechos y con un escenario ambiental urbano cada vez más preocupante.

Muchas de estas protociudades desaparecieron, más que por asedios y saqueos bélicos, por el agotamiento de recursos naturales y la insalubridad que propiciaba pertinaces pandemias).

La ciudad romana de Baelo Claudia (provincia de Cádiz) es un buen ejemplo de como la conjunción de la sobreexplotación de bosques y acuíferos, junto con catástrofes naturales, como un tsunami, y las enfermedades derivadas de sus efectos llevaron, tras un período de esplendor por su comercio de salsa garum con Roma, a su despoblamiento.

En el medievo se promocionaban las urbes con el eslogan de que “el aire de las ciudades hace libre a las gentes”. Aquel aire, cada vez más enrarecido por la contaminación de la actividad humana, favoreció el reconocimiento de un nuevo servicio ecosistémico. La aristocracia poderosa se valió entonces de grandes extensiones ajardinadas en donde la vista no alcanzaba sus límites perimetrales, siempre con un cerramiento para evitar el contagio con el vulgo. Surge así la noción del Parque.

Del parque privado al interés general

Las ciudades seguían creciendo como centros de nuevas oportunidades y de actividades económicas y administrativas. Carentes de planificación, estos ecosistemas urbanos eran desiertos culturales. El cuadro de tensión urbana obligó a planes de salubridad que incorporaban la creación de parques en las afueras de las ciudades para el esparcimiento de la población.

El caso más paradigmático de la capacidad atractora de los parques es sin duda Central Park de Nueva York, que si bien en origen se situaba en el extrarradio, se erigió progresivamente en núcleo de la ciudad gracias a los servicios ecosistémicos que proporcionaba. Los nuevos paradigmas incorporados con la Carta de Atenas, de ciudades de sol y verdor, comenzaron a tener su reflejo en los primeros planeamientos urbanísticos de extensos nuevos suelos urbanizables.

Mapa de Central Park, New York City, de 1875.Wikimedia Commons

 

Los parques en los desarrollos urbanísticos actuales

La mecánica administrativa, los intereses del mercado inmobiliario y la escasa y poco formada participación pública ha introducido “sistemas de áreas libres” sin más criterio que la obligación legal de hacerlo con minúsculos costes de producción.

El resultado final ha sido amplias extensiones de praderas verdes, o en el peor de los casos de áreas libres de materiales de alta dureza. En ambas alternativas la contabilidad ambiental se salda negativamente ya que los costes de mantenimiento están muy por encima del valor generado por los servicios ecosistémicos.

Así, en el primer caso, el coste de producción y mantenimiento de un metro cuadrado de césped natural se estima en 4,22€ anuales, mientras que los servicios ecosistémicos de ese mismo tepe de césped tendrían un valor de 0,97€/m2/año (secuestro de carbono, albedo, uso y disfrute, etc.). En consecuencia el saldo ambiental final sería negativo desde un punto de vista ecosistémico (3,25€/m2 /año).

En el supuesto de una superficie dura (hormigón, cemento, asfalto) la proporción se reduce considerablemente: el único elemento positivo a sumar sería el uso y disfrute, al que habría que restar el menor confort ambiental en algunos momentos del año, por el aumento de la temperatura sobre la misma.

Parques para el futuro

Nos enfrentamos a una crisis climática sin precedentes, que sufriremos muy especialmente las ciudades mediterráneas. La litoralización de la población y la intensa actividad humana en el interior de las urbes, en especial debido a un modo de movilidad insostenible, está generando además de un topoclima especial, la Isla de Calor Urbano.

Los efectos de este incremento de temperatura, respecto al medio natural circundante, afectan a la salud humana debido al aumento de la duración de las olas de calor o de noches tropicales y ecuatoriales. Estas inciden especialmente en el aparato respiratorio, debido a la agitación de partículas en suspensión, a la emisión de gases contaminantes y ozono troposférico.

Paralelamente, cabe prever un aumento de catástrofes naturales y un incremento de especies exóticas invasoras, dando paso a nuevas enfermedades.

Jardín vertical de 24 metros de altura y 460 metros cuadrados, en la Caixa Forum de Madrid, obra del botánico Patrick Blanc.
Wikimedia Commons / Javier Martín

La terapia, los parques

El cada vez mayor conocimiento de los servicios ambientales que aportan los vegetales al ya principal hábitat humano ha llevado al desarrollo e implementación de estrategias de adaptación y mitigación ante esta crisis. Las medidas de naturación o verdificación de las ciudades prosperan con más frecuencia. Buen ejemplo de ello son las Soluciones basadas en la Naturaleza, como las fachadas y cubiertas vegetales, los corredores ecológicos que conectan las centralidad urbana con el medio natural o las potentes infraestructuras verdes como los grandes cinturones europeos y asiáticos.

El problema de esta terapia reside en la monolítica planificación urbanística. No son avales esperanzadores para un futuro mejor Ni los intereses del mercado inmobiliario, ni el de los políticos (que para atajar el sistémico problema del desempleo incentivan del sector de la construcción), ni la sensibilidad ciudadana que, pese a reconocer la crisis climática, aún deposita su esperanza en una rápida respuesta de la ciencia y la tecnología.

Aún no hay conciencia de que el mejor futuro para la ciudad y la ciudadanía reside en los parques.The Conversation

Ángel Enrique Salvo Tierra, Profesor de Botánica y Planificación y Ordenación Territorial, Universidad de Málaga y Antonio Flores Moya, Catedrático de Botánica, Universidad de Málaga.

@Imagen de portada: Palacio de Cristal del Parque del Retiro de Madrid, España. Wikimedia Commons / LucVi

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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